La dictadura de la belleza


Con los autos que pasan por la calle
se va el tiempo
se van las horas a otra parte
a otro lugar de la ciudad y acá
en esta esquina
yo tengo una cerveza fría
y la mejor vista a un pedacito de cielo
entre dos edificios altos. A dos cuadras
tengo el parque y la estación de trenes y en el bolsillo
tengo un reloj con el que puedo parar el mundo
y cuando nos sentemos en el cordón de la vereda
a charlar sobre la moralidad o alguna otra estupidez
voy a usarlo
y tomarme todo el tiempo que sea necesario
para pensar en cómo sacarte una sonrisa. 


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