No todos nosotros estamos locos. Cuando la luz agonizaba las puertas se abrían y volvían a sus mesas con sus tragos y sus vidas tomando vino fino tinto a granel. Todos miraban la tele
Cuando dejaba de mirarla sentía que ella se preguntaba por qué yo había dejado mi cuerpo sentado en la barra de un bar con un cigarrillo prendido el último trago en el vaso y le daba la espalda a la ventana que todos miraban.
Hay un camino brumoso que imita la noche entre mi mirada y el ruido rojo de sus labios.