Los
días de diciembre me aterran.
El
vuelo carbonizado de los pájaros
cuando
caen sobre sus tumbas agónicas.
Los
gritos mudos de quienes nunca hablaron.
Las
chicas lucen sus tetas nuevas,
los
chicos descubren sus cuerpos recios
culminados
hace meses para vos,
¡Para
vos diciembre!
No creo que merezcas nada de
eso.
Para mí
sos más bien un día
de lluvia.
De
igual manera me gustaría
entrar
en los cines como entro en los lagos
y
escupir agua hacia arriba y bailar
y
jugar al fútbol con una pelota de trapo.
Me
gustaría abrigarme y morir de risa,
pintar
lágrimas del color de tus nubes y quemarlas
correr
hasta los horizontes arrojando a tus espinas
flores
negras marchitas.
El
ruido del ventilador perfuma los diciembres
que
sobreviven en barquitos de papel,
en
un rincón del alma que no es octubre ni abril,
en
una parte de las vidas que perdimos.
La gente tonta, en
diciembre
es más tonta.
Pero
los días de diciembre me aterran,
viciosos
de sol y de lluvias brutales,
ambiguos.
Me
aterra el diciembre carcelario,
mi
cara de prisionero, mis celdas fastidiosas,
el
olor de los amores muriendo
ahí;
en Diciembre.