La dictadura de la belleza


Con los autos que pasan por la calle
se va el tiempo
se van las horas a otra parte
a otro lugar de la ciudad y acá
en esta esquina
yo tengo una cerveza fría
y la mejor vista a un pedacito de cielo
entre dos edificios altos. A dos cuadras
tengo el parque y la estación de trenes y en el bolsillo
tengo un reloj con el que puedo parar el mundo
y cuando nos sentemos en el cordón de la vereda
a charlar sobre la moralidad o alguna otra estupidez
voy a usarlo
y tomarme todo el tiempo que sea necesario
para pensar en cómo sacarte una sonrisa. 


De las noches de invierno

El ferviente deseo de quedarse en casa y morir lentamente adentro de un dvd. Mejor salgamos a hacer lío que en el frío deambula perdido el misterio de la noche. En la calle los silencios del invierno se hacen poesía con el viento. Corramos, gritemos, saquémonos la ropa, hagamos el amor en los parques, felices, con frío, sin amor. Riámonos de los policías que patrullan aburridos la ciudad. Molestémoslos hasta que nos persigan y escapemos de ellos. Robemos cada cartel de la calle, todos los carteles que prohíben algo. Hagamos un pozo en la plaza y enterrémoslos para siempre. Hagámoslo sólo para tener un secreto que guardar. Vayamos a los bares más sucios, a los recitales, a las hamacas. Hablemos con borrachos, con crotos, con locos, con choros, con ningún amigo. Hagamos planes de viajes que nunca vamos a hacer, porque nunca más va a existir otra noche como esta.


Y si nunca más volvemos a vernos, algún día, cuando seamos dos viejos de mierda voy a ir a visitarte y vamos a hablar de esa fría noche de hace tiempo. Al final todo el resto de la vida estuvo de más. Entonces ahí y recién ahí, acordémonos de que hacía frío, y era de noche, y estábamos solos, cada uno en su casa, dejándonos morir.